Día Diecisiete — Mañana
Dios Todopoderoso, que estás siempre presente en el mundo que me rodea, en mi espíritu dentro de mí, y en el mundo invisible por encima de mí, concédeme llevar conmigo a través de este día un sentido real de Tu poder y de Tu gloria.
Oh Dios fuera de mí, no permitas que hoy contemple las obras de Tus manos sin darte gloria como su Hacedor. Que los cielos proclamen Tu gloria y las colinas Tu majestad. Que toda hermosura pasajera que contemple me hable de una hermosura que no se desvanece. Que la belleza de la tierra sea para mí un sacramento de la belleza de la santidad manifestada en Jesucristo, mi Señor.
Oh Dios dentro de mí, dame gracia hoy para reconocer los impulsos de Tu Espíritu dentro de mi alma y escuchar con atención todo lo que Tú quieras decirme. No permitas que los ruidos del mundo me confundan tanto que ya no pueda oír Tu voz. No me dejes jamás engañarme a mí mismo respecto al sentido de Tus mandamientos; y haz que en todo obedezca Tu voluntad, por la gracia de Jesucristo mi Señor.
Oh Dios por encima de mí, Tú que habitas en luz inaccesible, enséñame, te lo ruego, que aún mis pensamientos más elevados de Ti no son más que sombras lejanas de Tu gloria trascendente. Enséñame que si Tú eres mayor que la naturaleza, mucho más lo eres; si Tú estás en mi corazón, aún más grande eres que mi corazón. Que mi alma se regocije en Tu grandeza misteriosa. Haz que me refugie en la certeza de que Tú estás totalmente más allá de mí, más allá de mi imaginación, más allá de la comprensión de mi mente, siendo Tus juicios inescrutables y Tus caminos imposibles de rastrear.
Oh Señor, santificado sea Tu nombre. Amén.
Día Diecisiete — Tarde
Te bendigo, oh Dios santísimo, por el amor insondable mediante el cual has ordenado que el espíritu humano pueda encontrarse contigo, y que yo, un mortal débil y errante, tenga este acceso abierto al corazón de Aquel que mueve las estrellas.
Con amargura y verdadero arrepentimiento reconozco ante Ti los pensamientos groseros y egoístas que tan a menudo permito que entren en mi mente e influyan en mis obras.
Confieso, oh Dios:
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que a menudo dejo que mi mente vague por caminos impuros y prohibidos;
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que a menudo me engaño respecto a cuál es mi deber evidente;
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que a menudo, ocultando mis verdaderos motivos, aparento ser mejor de lo que soy;
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que a menudo mi honestidad no es más que cuestión de conveniencia;
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que a menudo mi afecto por mis amigos no es más que una forma refinada de buscarme a mí mismo;
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que a menudo mi indulgencia hacia mi enemigo no se debe a nobleza sino a cobardía;
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que a menudo hago el bien sólo para ser visto por los hombres, y evito el mal sólo porque temo que pueda descubrirse.
Oh Santo, deja que el fuego de Tu amor entre en mi corazón y consuma todo este enredo de mezquindad e hipocresía, y haz mi corazón semejante al de un niño pequeño.
Concédeme gracia, oh Dios, para orar ahora con deseo puro y sincero por todos aquellos con quienes traté en este día. Haz que recuerde a mis amigos con amor y a mis enemigos con perdón, encomendándolos a todos, así como encomiendo ahora mi propia alma y cuerpo a Tu cuidado protector, por medio de Jesucristo. Amén.
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