Día Dieciséis — Mañana
“Con mi alma te he deseado en la noche; y en tanto que me dure mi espíritu dentro de mí, madrugaré a buscarte; porque luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del mundo aprenden justicia.”
Dame hoy, oh Dios, un sentido fuerte y vivo de que Tú estás a mi lado. En multitud o soledad, en ocupaciones o en descanso, en mi caída o en mi levantada, haz que siempre sea consciente de Tu presencia conmigo.
Por Tu gracia, oh Dios, no iré hoy a ningún lugar donde Tú no puedas ir, ni buscaré compañía que no sea digna de Ti. Por Tu gracia no permitiré que entre en mi corazón ningún pensamiento que obstaculice mi comunión contigo, ni dejaré que palabra alguna salga de mi boca que no sea digna de Tu oído. Así mi ánimo será firme y mi corazón estará en paz.
“Más firme es mi andar
cuando recuerdo
que aunque tropiezo,
Tú no caes.”
Oh Tú, Deseo de todas las naciones, en cuyo amor y poder hay salvación para todos los pueblos de la tierra, apresura el día, te ruego, en que todos los hombres te reconozcan como Señor sobre todo. Apresura el día en que nuestra sociedad terrenal se convierta en el reino de Cristo. Apresura el día en que Tu presencia y el poder de Tu propósito se hallen no solo en los corazones de unos pocos sabios y valientes, sino en toda la tierra, en tribunales y consejos, en talleres y mercados, en la ciudad y en los campos.
Y cualquiera sea lo que yo mismo pueda hacer, dame gracia en este día para comenzar; por Jesucristo. Amén.
Día Dieciséis — Tarde
Oh Tú, cuyo amor eterno por nuestra débil y sufriente raza se mostró de la manera más perfecta en la vida bendita y en la muerte de Jesucristo nuestro Señor, concédeme ahora meditar en la pasión de mi Señor para que, al tener comunión con Él en Su dolor, pueda también aprender el secreto de Su fortaleza y paz.
Recuerdo Getsemaní:
Recuerdo cómo Judas lo traicionó:
Recuerdo cómo Pedro lo negó:
Recuerdo cómo todos lo abandonaron y huyeron:
Recuerdo la flagelación:
Recuerdo la corona de espinas:
Recuerdo cómo lo escupieron:
Recuerdo cómo lo golpearon en la cabeza con una caña:
Recuerdo Sus manos y pies traspasados:
Recuerdo Su agonía en la cruz:
Recuerdo Su sed:
Recuerdo cómo clamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”
No podemos saber, no podemos decir,
los dolores que Él sufrió;
pero creemos que fue por nosotros
que colgó y padeció allí.
Concédeme, oh Dios lleno de gracia, que yo, que ahora me arrodillo ante Ti, pueda ser recibido en la gran compañía de aquellos a quienes la vida y la salvación han llegado por medio de la Cruz de Cristo. Deja que el poder redentor que ha fluido de Sus sufrimientos a través de tantas generaciones fluya ahora en mi alma. Aquí encuentre yo el perdón de mis pecados. Aquí aprenda a compartir con Cristo la carga del sufrimiento del mundo. Amén.
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